Me costaba concentrarme, no había manera de que el calor del brasero de resistencias de aquella mesa camilla fuera confortable. Si lo encendía, al poco me quemaba, si lo pagaba, pronto el frio se apoderada de mí. Entre apagados y encendidos, algún Fortuna que otro que me iba fumando la tarde se había consumido. Ya tocaba encender el flexo para ver algo en aquel cuarto de costuras que estaba usando como estudio improvisado en casa de mis padres. De repente entró mi madre, y sin preámbulo dijo, "Han dado un golpe de estado….", mientras me miraba, lloraba. Estoy seguro que ese llanto sería el mismo que el de cualquier madre que viese a su hijo amenazado por una guerra absurda en la que no eran ni jueces ni partes. Salvo ese recuerdo no me queda ningún otro de aquel lunes 23 de febrero de 1981.
Nauta,
Madrid, 23 de febrero de 2021