Ya comentamos hace algún tiempo que los motes los llevamos casi todos con orgullo; sobre todo los heredados. Los adjudicados por haber hecho alguna travesura en la vida, no tanto. A Santiago, como forastero que era, le podían identificar por su origen, por su profesión , por el color de su piel, o por su pasado en el fútbol o la política. Pues nada, desde que pisó la Guardia hace más de 40 años, le endosaron el de la familia política. Y por lo visto no es un caso único. A Agustín " el manchego" le pasó exactamente lo mismo. No me imagino a nadie llevando el mote de la mujer o el marido y acabar divorciándose de malas maneras.¡ Señor..., qué cruz!